APORTACIONES A UN DEBATE
POR LA HOMOLOGACIÓN DEL PROFESORADO UNIVESITARIO
Juan-Manuel García Ramos
Durante mi mandato como consejero de Educación del Gobierno
de Canarias dejé planteada una acción de gobierno concerniente
a la homologación del profesorado universitario que figura en
las actas del último Consejo Universitario Regional de la legislatura
1987-1991.
Esa acción de gobierno venía a complementar, en justa
medida, la Ley 4/1991, de 29 de abril de homologación de los
funcionarios docentes del Parlamento de Canarias mediante la cual,
en un plazo de cinco años, se homologaron las retribuciones
de los funcionarios docentes no universitarios que prestaban sus servicios
en la Comunidad Autónoma con las retribuciones que en ese momento
percibían los puestos base de la Administración autónoma,
de acuerdo con lo establecido en el Decreto 259/1989 del Gobierno de
Canarias.
Han pasado trece años desde que aquella iniciativa de extender
la homologación salarial a la totalidad de los funcionarios
docentes quedara pendiente de llevarse a cabo y, de por medio, todos
sabemos que esa injusticia sufrida por el profesorado universitario
ha sido parcheada por unos complementos retributivos no consolidables
y que colocan al docente de enseñanza superior en clara desventaja
salarial y profesional con el resto de los docentes del sistema educativo
canario.
Los problemas de choque con la jurisdicción legal del Estado
invocados una y otra vez por la Consejería de Educación
y asumidos con cierto servilismo por las universidades canarias y la
clase sindical para no reconocer ese derecho al profesorado universitario,
pueden ser superados del mismo modo que se supieron superar en la Ley
4/1991 ya citada y con mucha más razón si quienes tienen
que negociar ese aspecto legal del proceso se consideran miembros de
un gobierno nacionalista.
Tras una reciente renovación de los complementos retributivos
sustitutorios de la homologación aplazada, quisiera recordar
de nuevo a la Consejería de Educación, en especial a
su Viceconsejero, quien fue el responsable, durante mi mandato al frente
de esa cartera autónoma, de redactar la Ley 3/91, en su calidad
entonces de Director General de Personal, la conveniencia de abrir
un debate serio y riguroso con las juntas de gobierno y los consejos
sociales de nuestras universidades con el fin de corregir una injusticia
laboral que redundará en la dignificación profesional
del docente universitario y en la creación de estímulos
suficientes ante lo que puede ser el reto de la educación en
el siglo XXI en el nuevo contexto de la armonización europea.
Podría entenderse por algunos que un educador no está más
allá del funcionario no docente en su responsabilidad y en la
trascendencia de su trabajo. Pero lo que no es de recibo es que un
educador esté por debajo de las retribuciones base correspondientes
al resto de los funcionarios de la Comunidad.
La Ley 4/1991 que llevamos al Parlamento en su día y fue aprobada
por unanimidad de la Cámara no tenía otro objetivo que ése,
pero la segunda parte de esa Ley sigue sin llevarse a efecto.
La administración educativa está en deuda, por tanto,
con el docente universitario y sería un error, ya que se cuenta
con los recursos vía complementos retributivos actuales, no
ultimar la acción de gobierno planteada desde el mismo año
de 1991.
Sea dicho todo esto en son de paz y con el deseo de una justicia retributiva
que unifique el Sistema Educativo de Canarias.
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